Así decía una consigna pintada con aerosol en alguna pared de Buenos Aires. Hay que reconocer que, a pesar de denostar la democracia, es algo ingeniosa.
Pero a pesar de su ingenio, la realidad no confirma la tesis de la consigna. En el continente hay democracias que están librando batallas contra los poderes económicos y políticos tradicionales, y que impulsan procesos de transformación -con distintos grados de profundidad- que suponen mejoras en las condiciones de vida de las clases populares, mediante la incorporación de mecanismos de participación ciudadana.
En estos países los avances sociales van de la mano de reformas impulsadas y sostenidas por la voluntad popular. La participación no se da sólo a través de la elección de los cargos legislativos y ejecutivos, sino que, además, se abren mecanismos democráticos semidirectos, como consultas populares, referéndums, etcétera. En América Latina, por lo tanto, no se verificaría esa consigna que una mano anónima pinto en una pared de Buenos Aires. ¿O tal vez sí?
Las derechas latinoamericanas están instalando una tesis novedosa que señala que el problema de la democracia es que no se le ponen límites al pueblo en su posibilidad de elegir. A nivel internacional el vocero de esta doctrina es el escuálido político de Vargas Llosa, quien lleva adelante una campaña contra los “populismos autocráticos”. Los gobiernos de estos países adhieren a lo que se ha dado en llamar el socialismo del siglo XXI y se los suele señalar como los principales peligros para la región, sin advertir que sus autoridades han sido electas de manera democrática, que cuentan con amplio apoyo popular y que algunas han tenido que soportar ataques a su institucionalidad: el frustrado golpe de Estado en Venezuela, los intentos de desestabilización en Bolivia y, sin ir más lejos, el golpe de Estado en Honduras.
En igual dirección, aunque lejos de la “elegancia” de la pluma de Vargas Llosa, Francisco De Narváez justificó el golpe de Estado en Honduras con el argumento de que Mel Zelaya quería conseguir la reelección a través de una reforma constitucional y para eso llamaba a una consulta popular.
Algo más de entrecasa, Chiquita Legrand no se cansa de decir que los pobres votan al Gobierno porque les dan prebendas (pero no puede explicar cómo ganó De Narváez en la provincia de Buenos Aires, epicentro de la aberración cívica según la Chiqui). Un poco más sutil, pero no más profundo, el discurso de Marcos Aguinis supura rencor de clase: ante la pregunta de un periodista, no tiene problema en afirmar que este Gobierno es populista y quienes apoyan a los populistas son los pobres o los ignorantes. En el set se lo escucha con atención, como si estuviera revelando la verdad misma. Alfredito de Angeli consiste un caso aparte. Propuso arriar a los peones y decirles a quién votar, porque ellos no saben la realidad del sector.
La derecha argentina (en sintonía con sus pares del continente) camina por el peligroso sendero que lleva al voto calificado. Lo mejor para la democracia es que algunos no voten por ignorantes o pobres, para la derecha son casi la misma cosa. Y si persisten en errar el voto, siempre quedarán soluciones como la de Honduras… Tal vez la consigna que alguna mano anónima pintó sobre una pared de Buenos Aires sea, en algún sentido, profética.
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