La designación de Jorge "Fino" Palacios al frente del nuevo cuerpo de policía de la Ciudad remite, necesariamente, al pasado, a la memoria. Nos remite, en primer lugar, a las jornadas decembrinas de 2001 que dejaron un saldo de varios muertos y heridos. Ese saldo pesa sobre las finas espaldas de Palacios, por haber sido él el jefe del operativo policial que, en aquellos críticos momentos de la historia argentina, reprimió con fiereza la protesta social. En aquel momento, en la histórica plaza, el pueblo se había hecho presente, decía presente. Fue Palacios el encargado de ejecutar la orden de desalojar, de tornar esa presencia revoltosa en ordenada ausencia. En ausencias definitivas.
Varios años antes, en 1994, Palacios, con la fineza que lo caracteriza, se veía envuelto en el atentado a la AMIA, que se cobró 85 víctimas. Una vez más, la historia personal del sutil, del Fino, se vio envuelta en una historia de presencias y ausencias. Siempre facilitando estas últimas, las ausencias. Produciéndolas. Haciéndolas irreversibles y absolutas.
Hoy, la presencia del Fino al frente del nóvel cuerpo policial porteño reivindica aquellas ausencias que nos fue dejando. Hoy, su presencia nos debe hacer recordar, ejercer nuestra memoria colectiva y repudiarlo. Hoy, la fineza se hace cargo de la fuerza policial más moderna y futurista del país, la que menos memoria necesita. ¿Para qué hace falta la memoria si contamos con motos tan bonitas como las de Robotech?.
Por eso, ante la persistente presencia del Fino Palacios, ante el fetiche modernizador que busca hacernos olvidar su pasado, es imprescindible que el pueblo no figure ausente. Digamos NO a la designación del Fino. Digamos presente, firmemos el petitorio pidiendo la remoción del Fino.
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