jueves, 30 de julio de 2009

Si votar sirviera de algo, estaría prohibido (reflexiones sobre Honduras y las derechas regionales)

Así decía una consigna pintada con aerosol en alguna pared de Buenos Aires. Hay que reconocer que, a pesar de denostar la democracia, es algo ingeniosa.
Pero a pesar de su ingenio, la realidad no confirma la tesis de la consigna. En el continente hay democracias que están librando batallas contra los poderes económicos y políticos tradicionales, y que impulsan procesos de transformación -con distintos grados de profundidad- que suponen mejoras en las condiciones de vida de las clases populares, mediante la incorporación de mecanismos de participación ciudadana.
En estos países los avances sociales van de la mano de reformas impulsadas y sostenidas por la voluntad popular. La participación no se da sólo a través de la elección de los cargos legislativos y ejecutivos, sino que, además, se abren mecanismos democráticos semidirectos, como consultas populares, referéndums, etcétera. En América Latina, por lo tanto, no se verificaría esa consigna que una mano anónima pinto en una pared de Buenos Aires. ¿O tal vez sí?
Las derechas latinoamericanas están instalando una tesis novedosa que señala que el problema de la democracia es que no se le ponen límites al pueblo en su posibilidad de elegir. A nivel internacional el vocero de esta doctrina es el escuálido político de Vargas Llosa, quien lleva adelante una campaña contra los “populismos autocráticos”. Los gobiernos de estos países adhieren a lo que se ha dado en llamar el socialismo del siglo XXI y se los suele señalar como los principales peligros para la región, sin advertir que sus autoridades han sido electas de manera democrática, que cuentan con amplio apoyo popular y que algunas han tenido que soportar ataques a su institucionalidad: el frustrado golpe de Estado en Venezuela, los intentos de desestabilización en Bolivia y, sin ir más lejos, el golpe de Estado en Honduras.
En igual dirección, aunque lejos de la “elegancia” de la pluma de Vargas Llosa, Francisco De Narváez justificó el golpe de Estado en Honduras con el argumento de que Mel Zelaya quería conseguir la reelección a través de una reforma constitucional y para eso llamaba a una consulta popular.
Algo más de entrecasa, Chiquita Legrand no se cansa de decir que los pobres votan al Gobierno porque les dan prebendas (pero no puede explicar cómo ganó De Narváez en la provincia de Buenos Aires, epicentro de la aberración cívica según la Chiqui). Un poco más sutil, pero no más profundo, el discurso de Marcos Aguinis supura rencor de clase: ante la pregunta de un periodista, no tiene problema en afirmar que este Gobierno es populista y quienes apoyan a los populistas son los pobres o los ignorantes. En el set se lo escucha con atención, como si estuviera revelando la verdad misma. Alfredito de Angeli consiste un caso aparte. Propuso arriar a los peones y decirles a quién votar, porque ellos no saben la realidad del sector.
La derecha argentina (en sintonía con sus pares del continente) camina por el peligroso sendero que lleva al voto calificado. Lo mejor para la democracia es que algunos no voten por ignorantes o pobres, para la derecha son casi la misma cosa. Y si persisten en errar el voto, siempre quedarán soluciones como la de Honduras… Tal vez la consigna que alguna mano anónima pintó sobre una pared de Buenos Aires sea, en algún sentido, profética.

miércoles, 29 de julio de 2009

La liberación según Macri

Dice hoy el ministro Montenegro en Página que "Las calles deben estar liberadas", haciendo uso de una figura literararia, la personificación; o, más bien, tomándose una licencia poética (sin goce de sueldo). Quien se encargará de la revolucionaria tarea libertaria es el recientemente designado Fino, Sutil, Palacios, quien se quejaba ayer con amargura sobre los cuestionamientos que generó su presencia al frente de la nóvel policía, descalificándolos por ser de carácter político.
La operación retórica de Montenegro le otorga a las calles el status de personas, al hacerlas susceptibles de ser liberadas. Para Macri, liberar las calles es liberarlas de la ilegítima ocupación que sufren por quienes insisten en protestar sin pedir permiso. Los revoltosos, dice, impiden a los buenos vecinos disfrutar del espacio público. ¡Cómo se atreven! Los que protestan, invaden, ocupan y obstaculizan. En cambio, los vecinos disfrutan (siempre y cuando estos últimos no lo impidan). Al calificar como obstáculos a quienes ocupan las calles, ya sea para protestar o para pernoctar, lo que se está haciendo en realidad es tratarlos como cosas, como objetos.
Es llamativa la maniobra que se esconde en la frase de Montenegro: simultáneamente, humaniza a las calles y deshumaniza a las personas. Si bien ambas cosas son caras de la misma moneda, lo más preocupante no es la personificación de las calles, sino la cosificación de las personas, ya que esto último priva de derechos a quienes hacen propio el espacio público para manifestar su disconformidad, en esta oportunidad, con las políticas reaccionarias de este gobierno.
Por lo tanto, la tarea que tiene el Fino es, antes que nada, política, al igual que su designación. Tratar como simples objetos a quienes ejercen el derecho de protestar es una decisión política. Ejecutarla, también. Y esconderse detrás de un discurso desideologizado y apolítico -pero que supura un odio reaccionario hacia los sectores vulnerables- es una actitud cobarde y miserable. Como este gobierno.

viernes, 24 de julio de 2009

El Fino Palacios y la presencia

La designación de Jorge "Fino" Palacios al frente del nuevo cuerpo de policía de la Ciudad remite, necesariamente, al pasado, a la memoria. Nos remite, en primer lugar, a las jornadas decembrinas de 2001 que dejaron un saldo de varios muertos y heridos. Ese saldo pesa sobre las finas espaldas de Palacios, por haber sido él el jefe del operativo policial que, en aquellos críticos momentos de la historia argentina, reprimió con fiereza la protesta social. En aquel momento, en la histórica plaza, el pueblo se había hecho presente, decía presente. Fue Palacios el encargado de ejecutar la orden de desalojar, de tornar esa presencia revoltosa en ordenada ausencia. En ausencias definitivas.
Varios años antes, en 1994, Palacios, con la fineza que lo caracteriza, se veía envuelto en el atentado a la AMIA, que se cobró 85 víctimas. Una vez más, la historia personal del sutil, del Fino, se vio envuelta en una historia de presencias y ausencias. Siempre facilitando estas últimas, las ausencias. Produciéndolas. Haciéndolas irreversibles y absolutas.
Hoy, la presencia del Fino al frente del nóvel cuerpo policial porteño reivindica aquellas ausencias que nos fue dejando. Hoy, su presencia nos debe hacer recordar, ejercer nuestra memoria colectiva y repudiarlo. Hoy, la fineza se hace cargo de la fuerza policial más moderna y futurista del país, la que menos memoria necesita. ¿Para qué hace falta la memoria si contamos con motos tan bonitas como las de Robotech?.
Por eso, ante la persistente presencia del Fino Palacios, ante el fetiche modernizador que busca hacernos olvidar su pasado, es imprescindible que el pueblo no figure ausente. Digamos NO a la designación del Fino. Digamos presente, firmemos el petitorio pidiendo la remoción del Fino.