martes, 22 de septiembre de 2009
Brasil frente a los golpistas de Honduras
El artículo que acaba de publicarse en La Nación sobre la situación en Honduras contiene una toma de posición implícita -y peligrosa- sobre lo que realmente está en juego. Rodrigo Mallea, el joven autor egresado de la UCA, cree que la crisis institucional producto del golpe de estado es, ante todo, un asunto interno de Honduras. Por lo tanto, la decisión de Brasil de abrir las puertas de su embajada y brindarle protección al presidente Manuel Zelaya para evitar que sea apresado por el gobierno golpista constituye una intervención en los asuntos internos de Honduras y una transgresión a los lineamientos de su política exterior. Lo que está en juego en Honduras, según Mallea, es el principio de no intromisión en los asuntos internos de los estados.
Si creemos que el partido que se juega en Honduras es, en cambio, la eficacia de los gobiernos regionales para impedir que un gobierno surgido de un golpe de estado prospere, la cosa cambia. Especialmente si se conoce un poco la historia latinoamericana de los últimos 30 años. El rol activo de Brasil, en tanto indiscutido líder regional e incipiente actor global, es imprescindible para la estabilidad democrática de los estados latinoamericanos. El mensaje de Lula en este sentido fue claro: "No podemos aceptar más un golpe militar". Un gobierno surgido de un golpe militar sienta un mal precedente que pone en riesgo la estabilidad democrática en la región y, por lo tanto, deja de ser un asunto interno del estado hondureño.
Huelga decir que lo dicho no pretende justificar una eventual militarización del conflicto. Ante todo debe respetarse la soberanía del pueblo hondureño, lo cual establece un claro límite a los modos de abordaje del conflicto por parte de los gobiernos de la región. No debe sentarse ningún precedente de intervención militar en los países latinoamericanos: existe un poder imperial con vocación hegemónica en el continente que no inocentemente ha aumentado su presencia militar a través de la ampliación de sus bases en Colombia y de la reactivación de la IV flota.
El oprobioso silencio que hace el artículo respecto de la actitud que deben tener los países de la región ante los golpes de estado y las amenazas a las democracias es temerario e irresponsable. El liderazgo regional implica una férrea defensa de la democracia. Brasil lo ha asumido, aunque a La Nación le desagrade.
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